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Entrevista con Jota Kintana, autor de «El último niño» Entrevista con Jota Kintana, autor de «El último niño»
Buenos días, Jota. Es un placer saludarte. Eres un veterano en el mundo de la poesía; de hecho, El último niño es ya el... Entrevista con Jota Kintana, autor de «El último niño»

Buenos días, Jota. Es un placer saludarte. Eres un veterano en el mundo de la poesía; de hecho, El último niño es ya el sexto de tus poemarios que ha visto la luz. ¿En qué encuentras la inspiración para escribir? ¿Tus libros guardan alguna idea detrás que los aúna a todos en un conjunto?

El placer es mío. Bueno, la poesía es abundancia inagotable, vista de esta forma no sé si alguien puede considerarse “veterano”, ni quisiera ser “veterano” literario. Y si la poesía es abundancia inagotable, la inspiración debería estar, de hecho, en todos lados, desde una situación vivida o por vivir, en lo sofisticado y en lo común: como el vuelo de una mosca o un sánduche de queso, hasta en una situación que invite a la protesta; lo que sea, incluso en la primera línea escrita sobre la hoja en blanco.

Con o sin inspiración, me siento a escribir todos los días, temprano, antes que se despierte mi familia, por lo menos una hora. Ya Picasso lo dijo: “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”. Si durante el día encuentro momentos de inspiración, anoto todo en una aplicación en mi teléfono celular, no dejo ninguna idea (que puede ser un simple juego de palabras) sin anotar. Diría que la mayoría de veces empiezo a escribir y voy sintiendo donde me lleva el poema entre manos, le doy cabida al inconsciente. Sin embargo, no es raro empezar con una idea y terminar el poema en algún destino completamente distinto al pretendido. Muy rara vez finalizo un poema en una sola sentada. Soy obsesivo y perfeccionista en el proceso de edición.

Cada libro tiene un concepto detrás, su hilo conductor. No escribo libros con poemas aislados, no es ese mi estilo (respetable por cierto). Intento transmitir algo con cada libro en su conjunto. Y ya quedará en manos de los críticos algún día analizar mi obra cuando pueda decirse “completa” e interpretar su hilo conductor. Mi interés sí está puesto en el ser, y en la condición de ser humano, del ser humano. Dentro de ese amplísimo universo procuro que cada libro rompa puentes con los anteriores. No solo por el hecho de evitar repetirme, sino con el deseo de desafiarme, no sentirme en zona de confort, y ampliar la caja de recursos que me ayuden a seguir creciendo como escritor. Desde luego me enfoco en el libro que escribo, pero intento no perder de vista la perspectiva global de mi obra. Cada libro ya escrito contiene uno o varios poemas que me dejan inquieto (quizás por la reacción de algún(os) lector(es)). Como dijo Paul Valéry: “un poema nunca se acaba, simplemente se abandona”. En consecuencia, antes de empezar el siguiente libro, medito sobre esos poemas ya abandonados y elijo uno sobre el cual basar el siguiente libro, a manera de introducción. Podría decirse que la mayoría de mis libros nacen de un poema anterior, convirtiéndolo en más que un poema, ampliándolo en un libro que a su vez también abandonaré posteriormente. Y así intento aproximarme a una perspectiva global, inalcanzable, que requiera una voz poética, no solo amplia, sino profunda.

¿Quién es el último niño?

No es más que el personaje poético, el “yo lírico” del libro, alrededor del cual gira todo el contenido, último niño que se va construyendo lentamente, poema a poema, creación desde luego interpretable, de tal forma que el lector, ojalá, logre identificar el último niño que en él habite todavía. Por ejemplo, la poeta ecuatoriana Sonia Manzano lo definió como “triste, piadoso, reflexivo, desgarradoramente humanísimo, el que todavía no ha firmado la paz definitiva con su ‘maldita nostalgia’, ese que provoca estremecimientos sin nombre, o con ellos, cuando escribe esto de “para evitar tu frecuente suicidio, a la última madre se encargó tu revólver”.

El último niño se construye, se da a conocer en el conjunto de varias voces. Hay poemas en los que solo leemos al último niño, diciendo, por ejemplo: “Mira las estrellas bostezar en el jardín de la distancia inútil. Mira la ciudad anestesiada de cuerpos demolidos, igual que los recuerdos son palabras en caída libre, las piedras chillan y los mares se reducen a cascadas. Mira las venas cortadas de ríos, hemorragias en vírgenes anatomías. Mira, porque hay luz todavía”.Hay poemas en los que la voz poética dialoga, como en un diálogo de sordos, con el último niño. Y hay poemas en que la voz poética se refiere al último niño, por ejemplo, en el poema “La negación de los suyos”, cuando le dice: “sobre todo eres, último niño, el magnífico, inconmensurable no, por el que alza la copa y ríe y baila la sorprendente demolición que nos convoca”.

El título de tu libro es muy evocador. Por nuestra parte, si tuviéramos que definirlo en una palabra, elegiríamos “inocencia”. O quizás tendríamos que añadir unas cuantas más: la nostalgia de la inocencia. Dinos, ¿qué propició que escribieras los poemas que conforman esta publicación?

Exacto, y está bien que el título evoque a cada lector algo distinto, que lo haga propio como lo sienta, con una palabra o muchas. Yo no me atrevo a hacerlo, es más, ni siquiera creo que pueda. Para ser honesto, tampoco creo que pueda identificar aquello que propició que escribiera estos poemas. Puedo recordar el génesis de algunos, no de todos.

Mencioné antes la licencia que concedo a mi inconsciente. Yo empecé a sangrar, como describió Hemingway el proceso de escritura, y en algún momento surgió el concepto de “el último niño”. Permití, simplemente, que todo lo que fue mi vida durante el tiempo que tomó escribirlo dialogara bien con ese último niño en proceso (lecturas, sensaciones y sentimientos, recuerdos, incertidumbres, situaciones externas, música, entre otros). Por ejemplo, si hubiese escrito el mismo libro en este 2019, el último niño, con seguridad, hubiese sido uno muy distinto al que nació en 2017. Cada libro es el que tiene que ser, inclusive y hasta, por azar.

Ismael Serrano hablaba de la “traición” a nuestro niño interior en “Si Peter Pan viniera”. ¿Crees que es inevitable esa traición? ¿En formar parte, en fin, de un sistema un tanto deshumanizador?

“Este es mi secreto. Es muy simple: solo vemos bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”,leemos en El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry.

Es inevitable la traición a nuestro niño interior porque las experiencias que traemos desde la niñez, durante nuestro crecimiento, van cerrando los ojos del corazón (la curiosidad, la intuición, la compasión, la inocencia para no juzgar ni compararse con otros, la ausencia de malicia, etcétera). Y al cerrar los ojos del corazón abrimos otros que nos deshumanizan: codicia, consumismo, propio interés, hedonismo, gratificación inmediata, injusticia, entre miles de otros. En consecuencia, tendemos a ver lo nocivo como normal, como si no fuésemos responsables, como si tuviésemos las manos atadas a la acción. Nos tornamos insensibles ante las aberraciones del mundo actual. Vemos únicamente con los ojos de la razón engañosa y cómoda, y vemos con indiferencia lo podrido. Para el ser humano del 2019 debiesen ser ya intolerables (incluso inmorales) considerarse atentados contra la ética: la inequidad, el calentamiento global, el cambio climático, la pobreza, el desperdicio, la insalubridad, el analfabetismo, la falta de nutrición, las crisis humanitarias y su consecuente migración masiva, y tantos más. Estas situaciones son, para la mayoría de nosotros, noticias lejanas que no nos conciernen, situaciones en las que nos comportamos como “adultos”. La solución a los problemas mundiales empieza por el cambio individual, y este cambio involucra volver a ver con los ojos del corazón, sensibles al mundo que nos rodea, volviendo a mirar todo con ojos de compasión, conscientes de que sí podemos ayudar a cambiar el mundo, que sí podemos cambiarlo, que sí podemos volver a ser “niños”.

No por gusto estos versos del poeta modernista ecuatoriano, Medardo Ángel Silva, en su poema Aniversario: “¡Hoy cumpliré veinte años: amargura sin nombre de dejar de ser niño y empezar a ser hombre…!”.

En El último niño podemos leer acerca de infinidad de sentimientos. ¿Qué sería aquello que destacarías de tu libro y por qué?

Coincido que el libro pretendió transmitir infinidad de sentimientos; si lo logré, pues en buena hora. Pero no me corresponde a mí aseverarlo, le corresponde al lector y a los críticos.

Consciente de que el tema de la niñez es uno tratado hasta la saciedad, y en consecuencia, consciente del riesgo de meterme con ella, únicamente destacaría el intento de tratar de abordarla de una manera alejada de clichés, del lugar común, desde una óptica fresca. Después de leer el libro, es claro que no se puede establecer la edad del último niño. Quizás la obra despierta más preguntas que respuestas, y acaso se mueve entre la duda y la incertidumbre. ¿Es realmente sobre la niñez el libro? ¿Podría ser el último niño, más bien, un adulto? Como me lo planteaste antes, ¿quién es este último niño? ¿Por qué sería el último? ¿Habita en mí un último niño? De habitarme, ¿se parece al que leí? ¿En que se diferencia mi propio último niño? ¿Acepto este último niño que me habita, me siento cómodo en él? ¿O intento librarme de sus vestigios?

Hacia el final del libro haces un juego muy bonito de “personalidades”. Utilizas tu pseudónimo para firmar una carta al último niño, y este responde algo más tarde refiriendo la carta a “Jota”. ¿Por qué hiciste esto? ¿Qué significa para ti firmar con uno u otro nombre? Teniendo en cuenta que no ocultas para nada el tuyo, el real: Ernesto Noboa.

Excepto en el cruce de cartas entre el último niño y Jota (los poemas “Persecución por causa de una carta”, (I) y (II)), también hay una voz poética en el libro que habla en primera persona y que, como lo pudiesen sugerir las cartas, no es ni el último niño, ni Jota.

En la carta que suscribo como Jota pretendí, entre otras cosas, transmitir hastío y luego esperar la respuesta del último niño (la que no tuve claro antes de escribir). Así fue el proceso de creación. En la primera carta, Jota pide al último niño que “no venga más”, dice que “la peor de las hambrunas, las ayunas de ser, llegó a Miracle Mile, a la Avenida de los Campos Elíseos, al Greenwich Village y a la Avenida Nueve de Octubre”. Jota habla de “roedores que sucedieron a las sombras… roedores de mano larga y alma corta”, esto como “el verdadero holocausto”. La respuesta del último niño a Jota resultó ser algo esperanzadora, aunque no del todo, cuando dice “Acompáñame, anda, en este lado de la virtud y de la concordia, ven a esta tarde sin edad, al atardecer cuando surge el reposo de los cuerpos, descansemos en la esperansia, ¿porque existirá acaso, en el tiempo y en la historia, esperanza sin ansiedad?”.No está de más decir que ambas cartas, de todas maneras, están abiertas a la interpretación e invitan al lector que las haga propias.

Finalmente, uso el pseudónimo, y no mi nombre de pila, como una manera de separar, aunque sea simbólicamente, distintos ámbitos de mi vida, sin insinuar la presencia de un alter ego ni nada parecido. Es ampliamente conocido que el alter ego ha sido utilizado en muchos ámbitos para esconder la verdadera identidad, o realizar un juego moral entre el bien y el mal. La literatura no ha sido la excepción. Por citar un par de ejemplos: El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louise Stevenson, y el tema central del cuento El otro, de Jorge Luis Borges. No es mi caso, como Ernesto Noboa no tengo nada que esconder, soy la misma persona en todos los ámbitos de mi vida.

Como comentábamos antes, has publicado muchos libros de poesía y has llegado a presentarlos en distintas ferias internacionales. Dinos, ¿habías soñado alguna vez con esto? ¿En qué momento decidiste convertirte en escritor profesional?

Nunca había soñado con esto, se dio con naturalidad en mi vida, llevando una situación, una experiencia, a la siguiente, durante todo un proceso de descubrimiento paulatino de mi propia identidad y mi manera de estar en el mundo. Nací con sensibilidad al arte, que se manifestó desde mi infancia en la música. Crecí en la fascinación de los Beatles, Bob Dylan, Led Zepellin, Pink Floyd, los Rolling Stones, The Who, The Doors, Jimi Hendrix, en fin, muy marcado por la música rock, psicodélica, experimental, de las décadas de los 60 y 70, sobre todas las demás. Primero con una inclinación natural al ritmo sobre la melodía. La interiorización del ritmo me llevó posteriormente a tocar batería, instrumento al que me dediqué con disciplina. Las letras de las canciones siempre me inquietaron, siempre las leí, pero penetraron mi consciente cuando decidí escribir mi primer poema a mis treinta y seis años, y es probable que en ese momento haya decidido, inconscientemente todavía, convertirme en escritor profesional. Fue en ese momento cuando empecé el proceso autodidacta, obsesivo, de poesía, proceso de devorar cuantos libros sean posibles. Todavía tengo no menos de diez libros en mi velador, leyéndolos en paralelo, y otra cantidad parecida en digital, en Kindle (solo poesía). Si tengo que resumirlo, diría que no soy el primero ni el último en llegar a las letras a través de la música.

Por otro lado, mi formación académica, más enfocada en la ciencia que en las artes, y mi pasión por la lectura general, también contribuyeron a convertirme en escritor. Es decir, ser ingeniero posteriormente graduado de mágister y doctorado ayudaron al rigor y a la disciplina de escribir. No puedo jactarme de creativo porque la creatividad es algo que está allí, como flotando en el ambiente, para todos; solo puedo afirmar que he tenido la suficiente sensibilidad para aprovecharme de ella. Todo este largo proceso me llevo a escribir. Y cuando a mis cincuenta y dos años miro para atrás, sin tomarlo por sobrentendido, sigue pareciéndome surreal esto de verme en libros de poesía, ver este conjunto poético de seis libros, y un séptimo avanzado. Una sensación parecida a “¿Y yo escribí esto? ¡Cómo rayos y en qué momento!”

No abandono la idea de dedicarme tiempo completo a la profesión de escritor. Sé que cuento con el apoyo de mi esposa y de mis hijos. Y confío plenamente que ese día llegará en el mejor momento para mí. Escribir y dedicarme a mi familia es hacer lo que amo; y trabajar como académico, dedicado a la innovación, para ganarme la vida, es amar lo que hago. El futuro se desenrollará solo.

¿Qué es para ti la poesía? ¿En qué se diferencia de otros géneros literarios?

Históricamente se ha definido la poesía de todas las formas posibles, todas bellas y precisas con las que la mayoría de nosotros podemos identificarnos. Quisiera evitar entonces ser repetitivo, caer en el lugar común, en el cliché. Siendo atrevido, diría que probablemente ni siquiera pueda definirse, y solo se la sienta durante su lectura, al someter el alma a la mente en un estado de consciencia poética. Para ilustrarlo, dos definiciones de poesía que la ubican en un espacio entre el misterio y la nada, García Lorca dijo que poesía “es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”; y John Cage: “No tengo nada que decir, y lo estoy diciendo, y esto es poesía”. Entonces voy a limitarme a responder con palabras del último niño en fragmentos del poema “Queja contra la humanidad”, poema en el que delata sus razones de escribir. Poesía es “una manera violenta de mandarse a la mierda… una forma noble de reírse de sí mismo… el sinsentido de escribir… versos sobre sánduches de queso. Una especie de arte indiferente para no fallecer viejo y cansado”.

La poesía es diferente de todos los demás géneros literarios en un aspecto fundamental: su propósito. Mientras una novela, un ensayo, una noticia, un reportaje, un blog, un guion, entre otros, buscan comunicarnos algo, la poesía aspira transmitir. Comunicar apunta sus cañones a la fuerza de la razón, al conocimiento; la poesía sus puñales a la vulnerabilidad del sentir, a experimentarse uno mismo. Todo lo escrito está diseñado para ser entendido, excepto la poesía, esta se diseña para atentar contra la literalidad de lo escrito. Por ejemplo, cuando escucho el comentario “No entendí el poema”, lo primero que digo y pregunto es “No importa, ¿cómo experimentaste lo que leíste?”. Y más importante aún: “¿Cómo te experimentaste a ti mismo al leerlo?”. La lectura de un poema (sin caer en el debate de lo que debe ser un buen poema, si es que tal cosa existe) no debe dejar al lector indiferente, debe sacudirlo de algún modo, y el lector estar en un estado de consciencia tal que logre experimentar el poema, y experimentarse a sí mismo con el poema. Cuando el lector logra responder estas dos preguntas, su vida ya no es igual que antes, ha logrado penetrar un nivel superior de consciencia. Este es entonces el propósito de la poesía, la característica fundamental que la diferencia de otros géneros literarios: más que conocimiento intelectual, brindarnos la posibilidad de un conocimiento más profundo de nosotros mismos.

Dices que crees en la democratización del arte, y por eso regalas tus libros donde la gente menos se lo espera. ¿Crees que la cultura sigue siendo exclusiva de unos pocos? ¿Cuál sería tu ideal de sociedad?

Un poco menos de la mitad de la población mundial vive con dos dolares y cincuenta centavos al día. Cuarenta y dos individuos tienen tanto dinero como la mitad más pobre del mundo. Estos hechos son suficientes para afirmar que la cultura es exclusiva de unos pocos y que el ideal de sociedad sigue siendo aquel en que prime la justicia distributiva y social, es decir, el reparto equitativo de bienes económicos y sociales, una sociedad en que los derechos humanos son respetados y las clases sociales menos favorecidas tienen oportunidades de desarrollo, en resumen, una sociedad donde rigurosamente prevalezca el bien común. Dada la cuarta revolución industrial, elijo creer que empezaremos a vivir una época de abundancia, tal como sostiene Peter Diamandis en su libro Abundancia, en que las nuevas tecnologías ayudarán (a pesar de los nuevos problemas que también traerán) a aproximarnos a este ideal de sociedad descrito.

Regalar mis libros donde la gente menos lo espera es un gesto que simboliza este deseo, que personas que jamás hubiesen tenido acceso a un libro que se vende entre ocho y doce dólares lo tengan en sus manos. No es un gesto que en sí mismo cambiará el mundo, pero es un intento de crear consciencia sobre este asunto. En agosto de 1965, Bob Dylan dijo que “los grandes cuadros no deberían estar en los museos… Los cuadros deberían estar en los restaurantes, en las tiendas de baratijas, en las gasolineras, en los lavabos públicos. Las grandes pinturas deberían estar allí donde las vea la gente… Solo imagina la cantidad de gente que se sentiría estupendamente si pudiera contemplar un Picasso en el restaurante que almuerza cada día”.He aquí a un Dylan muy joven, idealista y completamente utópico. Sin embargo, y al mismo tiempo, probablemente adelantado a su época. Hoy, con el desplome, y con el ritmo de desplome del costo de las tecnologías, con la democratización de la información en esta era digital, con el intento actual de que la humanidad cuente con internet gratis en la próxima década, con el ritmo de penetración de aparatos inteligentes en el planeta, está más cerca el día en el que todos podremos tener acceso al arte en cualquiera de sus formas y formatos, en cualquier lugar y hora.

Antes de terminar la entrevista, ¿hay algo más que quieras decirle a tus lectores?

Estoy consciente que el mundo actual ofrece una cantidad ilimitada de sustitutos a la poesía, sustitutos de goce inmediato, pasivos y de menor o de ningún esfuerzo intelectual. Además, en el mundo actual prima lo superficial, un insuficiente espíritu crítico, dar rienda suelta a satisfacer (sin reflexionar las consecuencias) todos los deseos que se nos presenten (constructivos y dañinos por igual). No obstante, la poesía está más viva que nunca, y evoluciona a pasos agigantados, y desde hace mucho tiempo, a un ritmo mayor que la capacidad de ser aprendida o aprehendida.

Deseo que el ser humano vuelva a la poesía, la redescubra, se ponga al día y la tenga en la punta de su lengua. No es nostalgia, es una necesidad si queremos cambiar el mundo, porque el hábito de escribir o leer poesía desarrolla en nosotros un estado superior de consciencia, precisamente lo que el mundo de hoy, a gritos, necesita.


  • Nombre: Jota Kintana
  • Género: poesía
  • Bio: 

Jota Kintana (Guayaquil, 9 de agosto de 1966) ha publicado los poemarios El último niño, (Gamar Editores, 2017), Cuartos de mujer (Editorial El Conejo, 2016), qIp y q/b (Editorial El Conejo, 2015), Restricciones (Editorial El Conejo, 2014), La tormenta de los desquiciados (Editorial El Conejo, 2013) y Tres whiskys para pasar la borrachera (Editorial El Conejo, 2012). También publicó El baile del enjambre con DADAIF Cartonera (2015).

Ha presentado sus libros en Popayán Ciudad Libro, Colombia (2018), y en las FIL de Quito (2016 y 2013), Guayaquil (2017 y 2016), Guadalajara, México (2014) y Santo Domingo, República Dominicana (2013).

Sus poemas han aparecido en revistas nacionales e internacionales.

Promotor cultural en su ciudad, Guayaquil. En colaboración de Corporación Casa de las Iguanas y La Casa Morada, contribuyó a la primera entrega del Premio Internacional de Poesía Medardo Ángel Silva (2014).

Publicó, en coautoría con el artista plástico Roberto Noboa Vallarino, el libro de innovación El Modelo 206.

Graduado como ingeniero mecánico por la Universidad de Dayton, Ohio; MBA del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT); y doctorado en Emprendimiento e Innovación por el IESE Business School, Barcelona.

  • Libro: El último niño

Disponible en: El Corte Inglés, Casa del Libro

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