Hace tiempo (no mucho) se era hincha de un equipo de fútbol. No importaban los jugadores, qué campeonato se jugara, el cambio de camisetas, etc; ese sentimiento era parte de la constitución de nuestra identidad. Nos definíamos como hinchas de tal equipo. Pero en la posmodernidad que construimos, las relaciones se individualizan y también lo hace aquello que construye nuestras identidades. La velocidad con la que marcha la vida cotidiana es más rápida que la capacidad del sujeto para ser conciente de lo que sucede. Con el fin de pertenencia, el sujeto salta de identidad en identidad, buscando aquella que se incorpore mejor a sus relaciones cotidianas. Es como un jugador de fútbol que va de equipo en equipo buscando un mejor contrato, o como video juego donde el protagonista salta de isla en isla buscando su MacGuffin (termino inventado por el director y cineasta Alfred Hitchcock para referirse a ese objeto o situación que impulsa la búsqueda del protagonista pero que es menor importancia para el Hace tiempo (no mucho) se era hincha de un equipo de fútbol. No importaban los jugadores, qué campeonato se jugara, el cambio de camisetas, etc; ese sentimiento era parte de la constitución de nuestra identidad. Nos definíamos como hinchas de tal equipo. Pero en la posmodernidad que construimos, las relaciones se individualizan y también lo hace aquello que construye nuestras identidades. La velocidad con la que marcha la vida cotidiana es más rápida que la capacidad del sujeto para ser conciente de lo que sucede. Con el fin de pertenencia, el sujeto salta de identidad en identidad, buscando aquella que se incorpore mejor a sus relaciones cotidianas. Es como un jugador de fútbol que va de equipo en equipo buscando un mejor contrato, o como video juego donde el protagonista salta de isla en isla buscando su MacGuffin (termino inventado por el director y cineasta Alfred Hitchcock para referirse a ese objeto espectador, quedando soslayado en los hechos concreto de la exploración). La modernidad apura a los individuos para cambiar sus identidades y para ello necesita ofrecerles algo que les permita ese cambio. El mismo, no atañe a una metamorfosis, o sea que no es un cambio que amplié las capacidades de una identidad, sino que generalmente es un cambio total donde se descarta la identidad anterior. Esta característica es propia de la lógica de consumo descartable. Cada identidad viene, cual juguete de acción, con sus propios artículos los cuales no son compatibles con la identidad anterior. Es necesario para completar esta nueva identidad adquirir (o comprar) los artículos determinados. Un buen spot sería: “la identidad no incluye look, pensamientos, ni forma del hablar. Los artículos que hacen a las formas se venden por separado.”
Continuando, esta necesidad impuesta de cambiar de identidad nos lleva a otra cuestión: la capacidad del sujeto posmoderno para crear sin estar anclado a algo. El cuerpo del individuo necesita ser volátil, ágil, liviano, casi efímero. Para poder realizar estos cambios, el sujeto no debe estar aferrado a nada. Un buen ejemplo son las religiones. Hoy en día, tuvieron que resignificarce para poder adaptarse al mercado mundial. Con la perdida del monopolio hegemónico del catolicismo, el mercado de religiones se expandió ofreciendo una amplia gama de ofertas, donde el sujeto va a elegir la que mejor se adapte a su forma de vida y, cuando esta sea un problema (ya sea por sus prácticas y el grado de integración que exijan) el sujeto la descarta para adquirir una nueva. Ejemplifiquemos: tiempo atrás era condición sine qua non que el católico vaya a misa todos los domingos. Esa práctica se fue perdiendo con el tiempo y hoy en día uno puede ser católico sin necesidad de pisar una iglesia ¿Cuantos testimonios oímos de personas que dicen “soy católico, pero no creo en la iglesia”? Eso es parte de la resignificación del propio catolicismo. Necesitó mutar (porque las instituciones sí mutan) para poder sobrevivir, para poder adaptarse. El sujeto de hoy en día, quizás no quiere pasar toda la mañana de su domingo encerrado escuchando un sermón o rezando. Es por ello que adopta su religión de una manera que le convenga más a sus intereses individuales. Si fuese obligatorio para el católico tener que asistir a la iglesia los domingos, muchos adeptos dejarían de ser católicos.
Otra característica del sujeto posmoderno es la inclinación que tiene por abarcarlo todo. Distribuye su tiempo de tal manera que le permita funcionar en varias esferas a la vez. Trabaja, estudia, practica deportes, tiene hobbies, novia, amigos, hace algún arte y hasta viaja para conocer lugares en el mundo. Es un sujeto multifuncional que, gracias a su desencaje, puede cambiar de cara varias veces al día. Lo necesario para que convivan todas estas actividades diarias en un solo sujeto es la capacidad del mismo para diferenciarlas. Es como si dentro de una persona conviven tantas identidades a la vez como actividades tenga, sin que ninguna interfiera con la otra. Van intercalando el protagonismo según el contexto y cada una responde a una esfera determinada con la cual esté interactuando el sujeto en concreto. Son como individuaciones dentro de un individuo. Es como sucede a nivel social: cada vez las divisiones internas dentro de los organismos, instituciones, campos u organizaciones es mayor.
En resumen, la oferta de identidades en el mercado posmoderno es tan amplia que el sujeto evita anclarse y con ello, poder mudarse según su conveniencia hacia otro paquete de identidades que se ajuste mejor a sus necesidades cotidianas. Esto conlleva a evitar ser aplastado por el peso de las instituciones que pretendan una forma concreta de identidad para pertenecer.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con el fútbol? No fue sólo una estrategia para atraer su atención poner a este deporte en el título. Si el desarrollo del razonamiento estuvo bien argumentado, sería fácil para el lector darse cuenta a donde apunta todo esto. En la actualidad del fútbol, las identidades individuales sobresalen por sobre las del equipo. No están entendidos más los equipos de fútbol como una totalidad que representa un sentimiento colectivo, sino que es la sumatoria de identidades individuales. Tanto es así que nos preocupa como forman, quién se lleva bien con quién dentro del plantel, cómo se articulan los jugadores con el director técnico o si en lo personal tuvieron una buena semana. Además, hoy en día y de manera creciente, la gente se sienta a mirar un partido de fútbol o bien va a la cancha para ver jugar a un determinado deportista. Messi, Cristiano Ronaldo, Neymar, por nombrar algunos, son los que convocan a multitudes de todo el mundo para ver su juego. No es el equipo en sí, sino ellos los que atraen a las masas y más aún si juegan en el mismo club. Por eso es muy común ver hoy a fanáticos de jugadores y no de equipos, que van cambiando junto a ellos de club en club, de camiseta en camiseta, y su sentimiento por los colores son tan volátiles como los contratos.
By Fabián Grandinetti
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