Los agentes literarios se han convertido, con el tiempo, en una parte básica del engranaje de la edición literaria. Las agencias negocian los pagos a los autores, pactan cuestiones sobre la publicación del libro, conciertan bajo cuerda premios y asesoran, aconsejan y apoyan al autor. Muchos editores se quejan de que las agencias están ganando mucho poder. Estas, por supuesto, lo niegan
Las agencias literarias son un eslabón privilegiado de la actividad editorial. No en vano son las que descartan o aceptan los manuscritos que merecen ser llevados ante un editor. «El poder que nos atribuyen es un mito, aunque alguno sí tenemos, en el sentido de que ejercemos un filtro», asegura Anne-Marie Vallat, de la agencia AMV. «Se supone que un manuscrito que ha recibido el beneplácito de un agente tendrá un mínimo nivel de calidad, y esto lógicamente es una ayuda y un ahorro de tiempo para los editores», argumenta Gloria Gutiérrez, de la agencia de Carmen Balcells.
Gracias a los agentes, los escritores han podido librarse de las servidumbres que les imponían los editores y vivir, en algunos casos, de manera holgada. La pionera de las agentes literarias, Carmen Balcells, que llegó a tener en nómina nada menos que a cuatro premios Nobel (Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Vicente Aleixandre y Camilo José Cela) es la que ha impuesto en el gremio unas maneras de ejercer esta profesión que aún se respetan entre sus seguidores. Ella introdujo en el sector los anticipos millonarios para los autores, cuyo número guarda celosamente en secreto.
Vallat explica que un agente puede descubrir una tendencia editorial, como ha ciertamente ocurrido con las novelas de templarios y en general todos los libros que nacieron a rebufo de ‘El Código Da Vinci’, con la consagrada temática esotérico-religiosa. Como una experta en observar lo que demanda el mercado, Vallat explica que actualmente se encuentra en boga la novela negra y la de sentimientos, que no es otra cosa que la tradicional novela rosa adaptada al siglo XXI. «Se habla de que la novela histórica decae, pero yo no me lo creo. Siempre habrá gente interesada en este género», argumenta.
La profesión del agente literario no está exento de sinsabores. Además de que muchas veces se apuesta en vano por un autor, se encuentran los cortocircuitos habituales entre agentes y editores. «Sí que hay recelos. Los editores saben que un agente va a defender siempre los derechos del autor y se ponen a la defensiva en cuanto apareces. No todos son así, otros prefieren a los agentes porque se libran de la relación directa con el autor, que puede originar más trabajo», asegura Claudia Bernaldo de Quirós, que es especializada en la representación de escritores latinoamericanos.
Derechos de autor
Guillermo Schavelzon, representante de autores como Mario Benedetti, Ricardo Piglia y Marcela Serrano, entre otros, nunca se ha encontrado con un editor que no quiera trabajar con agentes. «Separar el compromiso personal y pasional del autor de la gestión profesional de un agente suele ser muy productivo para el editor y para el autor», dice Schavelzon. Entre la literatura y el negocio, el agente debe saber velar por la correcta aplicación de los derechos del autor y además abrir cada vez más las vías de distribución de su libro. «Al decidir si represento a un autor, influye el factor comercial. Esto es una empresa, no una oenegé», aduce Vallat.
Claudia Bernaldo de Quirós no tendría inconveniente en hacerse cargo de un autor con escasas perspectivas de rentabilidad. «Si es bueno, acepto trabajar con él. Lo que resulta desalentador es apostar por un escritor que luego no encuentra sitio porque los editores dicen que no es comercial o que, aceptando que es bueno, no creen adecuado el momento de publicarlo».