Camilo, protagonista de La culpa fue del café, es un chico aplicado en los estudios y preocupado por su imagen, su coche y las chicas. Algún que otro desengaño amoroso –el primero de ellos, en su infancia– le han llevado a convertirse en un conquistador que, con un manual de ligoteo desarrollado durante años, sale en busca de sexo los fines de semana. Pero la vida camina, avanza, y Camilo tendrá que alcanzar su ritmo para no quedarse atrás y perderse a sí mismo. Publicar una novela como La culpa fue del café implica ingenio y habilidad.
Carlos Javier Hernández Hernández es el autor de esta novela en la que se describen los diversos retos que cualquier joven debe superar cuando emprende el rumbo a la madurez. Con un tono sarcástico muy deleitable, asistiremos a las aventuras estudiantiles y los fracasos amorosos de Camilo, conoceremos a su familia y a sus amigos, y compartiremos pensamientos e inquietudes con él. La culpa fue del café gira en torno a la evolución personal y profesional del protagonista, desde su primera decepción con las chicas o la traición de un amigo de la universidad hasta la lucha por lo que de verdad anhela hacer en su vida.
A través de cómicas situaciones personales, el autor nos muestra cómo Camilo es incapaz de asumir las decepciones, una piedra que le irá pesando cada vez más en la mochila, intentando amarrarle a un punto muerto. Y ese lugar en el que se está quedando atrapado no es otro que el de la frustración que le produce comprobar que los trenes pasan, pero sigue sin hallarse en el andén correcto. Camilo es la imagen de todos aquellos que ven cómo la vida no se detiene mientras los sueños y las aspiraciones caen desde las nubes hasta el duro suelo. Encerrado en la comodidad del trabajo familiar, del dinero que este le aporta, la sobreprotección de su madre y la falta de apego sentimental, Camilo no se siente realizado profesionalmente y está vacío en lo personal. Se convierte en la lucha misma entre lo que uno hace y lo que quiere hacer.
La culpa fue del café plasma con una franqueza pasmosa una situación actual en la que los jóvenes son despojados de toda pasión para acabar estudiando carreras que no quieren y teniendo trabajos que no están en sus planes ideales. Y no solo los jóvenes de hoy: a través de don Cayetano, el padre de Camilo, también comprobamos lo aplastante que puede ser la realidad. Don Cayetano representa a aquella generación que apenas tuvo tiempo de plantearse qué quería ser y fue arrastrada principalmente a oficios “útiles” en detrimento de cualquier otra aspiración.
Y como don Cayetano, Camilo se encuentra lejos de aquello para lo que siente que ha nacido. Ha entrado en una dinámica falsa, impuesta por su personalidad infantil, la pasividad de su familia en el negocio y su miedo a cambiar las cosas. De esta manera, sumido en una frustrante procrastinación donde los arrepentimientos no hacen más que acumularse, el protagonista deberá realizar un cambio desde el interior hacia el exterior. Convertirse en su padre o empezar a vivir con sinceridad. En resumen: deberá madurar, alcanzar la evolución original.
Carlos Javier Hernández Hernández invita a intentar las cosas a todos aquellos que, como Camilo, quieren salir del fracaso y tomar las riendas de su vida, de su verdadera vida. La novela es un impulso a apartarse del camino fácil, a ir en la búsqueda de oportunidades –profesionales y sentimentales–, pues estas no llegan solas y se logran con valor y perseverancia. Al igual que Camilo, debemos asumir el fracaso como parte inseparable del triunfo. El miedo a equivocarse siempre acechará, pero no debe dominar nuestros sueños y nuestro potencial. Solo a través del principio ensayo-error se logra un salto significativo.
En La culpa fue del café, el autor cuenta todo este proceso de aprendizaje tan cercano, tan común a las generaciones perdidas de nuestros tiempos de una forma deliciosamente natural, real. La novela se convierte así en una excursión muy entretenida, en un amigo con el que poder compartir los derroteros de la vida que a veces nos desvían del camino y otras nos llevan hasta donde queremos estar.
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