En una entrevista realizada en esta misma casa, Audrey Hawes-Mayayo dice, en relación a la publicación de su novela Tatüaje: «Pretende evocar sensaciones como el odio o la empatía, pero soy consciente de que no es una historia apta para todos los públicos». Y es extraño, o debería decir: es alentador, es un soplo de aire fresco en el siempre anquilosado, y tan aburridamente políticamente correcto que desespera, panorama editorial que una autora declare, desde el inicio, que algo ―digamos su obra, su vida― «no es para todo los públicos». Bienvenida seas, Audrey Hawes-Mayayo.

No suelo utilizar citas para mis comentarios sobre textos analizados, pero es que esta cita refleja un perfil perfecto de lo que el autor encontrará al leer Tatüaje (sí, con diéresis), una novela cruda, sin miedo a nada cuyo primer objetivo es contar una historia tan cruda como valiente, sin concesiones al típico postureo comercial de la narrativa española. Quien busque arbolitos y dragones cantarines que cruce la acera. Quien busque historias blandas de verano, con personajes tan irreales como en las series norteamericanas, también. Tatüaje es otra clase de literatura, visceral pero perfectamente organizada, cruda pero racional, rompedora pero clásica: una novela para los amantes de la buena literatura.

Audrey Hawes-Mayayo lo tiene claro: busca impactar pero sin falsos artificios, utilizando esquemas de la vida cotidiana (tener un hijo y que ese hijo, por ejemplo, sea lo mejor que a una madre le pase en la vida) y cambiarle el ángulo de captura. En ese sentido, Nora, la protagonista, y feliz madre, nunca hubiera sospechado que su hijo fuera a ser el más grave error de toda su vida. Primer golpe sin respiro.

Pero no cae en tópicos, su hijo ―ese tremendo error― no es un monstruo al estilo de El quinto hijo de Doris Lessing, todo lo contrario: es un ser brillante pero manipulador cuya sed de venganza se concentra por entero en su madre.

Con una trama sostenida por los distintos avatares de la vida cotidiana de Nora en la crianza de ese hijo «extraño», cuya piscología se va descubriendo con impecable acierto, Tatüaje es una pieza que decanta originalidad, valentía e intriga.

Como todo drama clásico ―un Edipo trastornado o invertido―, en Tatüaje no hay culpables claros, sí, tal vez, cómplices involuntarios que intentan, a toda costa, contestarse una misma pregunta: ¿Por qué?